martes, 23 de octubre de 2012

Prologo: El Alquimista



El Alquimista cogió un libro que alguien de la caravana había traído. El volumen no tenia tapas, pero consiguió identificar a su autor: Oscar Wilde. Mientras ojeaba sus paginas encontró una historia sobre Narciso.

El Alquimista conocía la leyenda de Narciso, un hermoso joven que todos los días iba a contemplar su propia belleza a un lago.Estaba tan fascinado consigo mismo que un día se cayo dentro del lago y se murió ahogado. en el lugar donde cayo nació una flor, a la que llamaron Narciso.

Pero no era así como Oscar Wilde terminaba la historia

Él decía que cuando Narciso murió, llegaron las Oréades - diosas del bosque - y vieron el lago transformado, de un lago de agua dulce que era, en un cántaro de lagrimas saladas.

- ¿Por qué lloras? - le preguntaron las Oréades.

- Lloro por Narciso - respondió el lago.

- ¡Ah!, no nos asombra que llores por Narciso! - prosiguieron ellas -. Al fin y al cabo, a pesar de que nosotras siempre corríamos tras él por el bosque, tú eras el único que tenia la oportunidad de contemplar de cerca su belleza.

- ¿Pero Narciso era bello? - preguntó el lago.

- ¿Quién sino tú podría saberlo? - respondieron, sorprendidas, las Oríades -. En definitiva, era en tus márgenes donde él se inclinaba para contemplarse todos los días.

El lago permaneció en silencio unos instantes.

Finalmente dijo:

- Yo lloro por Narciso, pero nunca me di cuenta de que Narciso fuera bello. Finalmente dijo:

Lloro por Narciso, porque cada vez que él se inclinaba sobre mi orilla yo podía ver, en el fondo de sus ojos, reflejada mi propia belleza.

¿Que bella historia! - Dijo El Alquimista


martes, 22 de mayo de 2012

Es poco el tiempo



No dejes de sonreír. Porque es muy poco el tiempo que te dan para la alegría. 

No dejes de estar siempre al servicio de una buena causa. Porque es poco el tiempo que te dan para llenar la copa de la vida. 

No dejes de dar pinceladas de cielo a tus días nublados. Porque es poco el tiempo que te dan para después de la tormenta ver salir el arcoíris. 

No dejes de perdonar. Porque es muy poco el tiempo que te dan para después cicatrizar y volver a florecer. 

No dejes de amar. Porque son pocos los años que te dan para entregar el corazón y llenar la vida. 

No dejes de tener un amigo. Porque es muy poco el tiempo que te dan para llevarlo de la mano. 

No dejes de sembrar y de abonar. Porque es muy poco el tiempo que te dan para dejar tu tierra produciendo, y el cantero de Dios todo florecido. Es poco el tiempo que te dan, para tirar semillas en esta aridez, para injertarte en el mundo aquí, aspirando al mundo de allá, para tropezar en el camino con la cruz de los demás. 

Es muy poco el tiempo que te dan para construir, hacer tus planos, ensamblar tus piezas, redondear tus proyectos y luego, cimentar, afianzar, consolidar. Para medir tu rendimiento. Nadar contra la corriente y darle vida más de lo que recibes. 

Es poco el tiempo que te dan para construir el pozo, llenar el cofre, y pulir la perla. 

¡Cuánta vida tenemos que vivir, cuántos papeles que desempeñar, cuántos males tenemos que sufrir! ¡Y qué poco tiempo! 

Qué poco tiempo sentimos tener para llenar la arena de rosales, el mar de perlas, los caminos de flores. ¡Y los corazones de Dios! 

No dejes que se te vaya la magia del amor, los sueños de las realidades, y las rosas de la cruz. 

Es muy poco el tiempo para redondear la obra. Cumplir un destino. Corregir los errores. Madurar los frutos. ¡Y dejarlo todo terminado y completo! 

Es muy poco el tiempo para dar la talla. Realizar una misión. Ajustar las cuentas. ¡Y hacer rendir las capacidades y los dones! 

Muy poco Dios mío, para llenar de huellas el camino, de racimos la siembra. ¡Y de luz al mundo! 

Poco para un trayecto más alto. ¡No lo desperdicies! 

(Zenaida Bacardi de Argamasilla)

martes, 6 de marzo de 2012

El Almohadón de Plumas - Horacio Quiroga


Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer. 

Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial. 

Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre. 

La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia. 

En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido. 

No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra. 

Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos. 

-No sé -le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja-. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida. Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.

Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor. 

-¡Jordán! ¡Jordán! -clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra. 

Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror. 

-¡Soy yo, Alicia, soy yo! 

Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando. 

Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos. 

Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta 

Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. 

La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor. 

-Pst... -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio... poco hay que hacer... 

-¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa. 

Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha. Perdió luego el conocimiento....

Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán. 

Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón. 

-¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre. 

Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras. 

-Parecen picaduras -murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación. 

-Levántelo a la luz -le dijo Jordán. 

La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban. 

-¿Qué hay? -murmuró con la voz ronca. 

-Pesa mucho -articuló la sirvienta, sin dejar de temblar. 

Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca. 

Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca -su trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia. Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.

martes, 10 de enero de 2012

Crítica

Un viejo sabio es invitado donde un rico comerciante. En esa casa todo es lujoso y limpio. De pronto el sabio tiene ganas de escupir. El comerciante exclama: ” Caballero, no escupa aquí, ni aquí, ni aquí. Aquí todo es limpio.” Entonces el sabio le escupe en la cara. “Es el único sitio sucio que encontré”.

Simbólicamente el escupo es una crítica a la forma de vida del comerciante. Este no soporta las críticas. Eso quiere decir que su ego está sucio… Cuando te hagan una crítica, recíbela con una sonrisa, medítala un largo tiempo y agradece a quien te la ha hecho porque te da la oportunidad de verte y cambiar. En el camino espiritual no hay que tratar de afirmarse. Es inútil tratar de ser, puesto que eres naturalmente. La iluminación es sólo una mente que se ha despojado de los límites impuestos por la familia, la sociedad y las tradiciones culturales. Cuando vacías tu corazón, la critica se esfuma, también el rencor y la rabia, encuentras la gracia. Cuando te liberas de los deseos impuestos por la publicidad y las prohibiciones impuestas por los prejuicios religiosos, encuentras el éxtasis. Cuando desaparece tu terror a la pobreza, desaparece el miedo de perder, y encuentra en cada acto un placer intenso.

Un león, rey de la selva, se asoma a un pozo, llevado por una intensa sed. En el fondo ve a su reflejo en el agua. Le parece que es un enemigo. Se lanza dentro para atacarlo y matarlo. Cae en el agua. El reflejo desaparece. El león se ahoga.

Esta historia nos quiere hacer comprender que todo lo que nos ataca, nos aterroriza, es nuestro reflejo. La mayor parte de nuestros problemas, son una proyección de lo que no aceptamos ver en nosotros mismos.

(Gracias Plano Creativo)